Hipersensibilidad
(Tomado de "El Telégrafo" del 15 de diciembre del 2009)
Por: Lucrecia Maldonado
Soy una de esas personas que sienten demasiado.
No sé si eso será bueno o malo.
Obviamente, sentir tiene un lado malo, la sombra de todo proceso humano: cuando se siente demasiado se sufre mucho más. Se siente rabia y desconcierto.
Se siente angustia y pena. Las ofensas o la indiferencia de quienes amamos nos duelen el doble. La conciencia nos aguijonea durante meses después de algún desliz que no fue para tanto.
Así somos los sensibles, qué le vamos a hacer.
Pero por otro lado, sentir puede ser una experiencia hermosa. Inolvidable. Y no solo por lo bello y lo bueno, sino porque los sentimientos lacerantes conducen, con frecuencia, a su sublimación a partir de la creación.
Más allá de que los escritores seamos buenas o malas personas, o de ambas clases, como es más exacto. Más allá de que los escritores tengamos buenas o malas costumbres, mal aliento o cinco matrimonios, nuestro trabajo, tal vez nuestra función en el mundo consista en evidenciar la belleza, a veces tan dolorosa, de sentir.
Por eso me ha gustado tanto mirar el programa de televisión, producido por Cristian Londoño, que lleva precisamente ese título: “La belleza de sentir”. En él, cada jueves, y lamentablemente en un horario no tan estelar, tomamos contacto con esa parte de los seres humanos que escribimos, que no es más que la esencia de la sensibilidad y sus avatares.
Y no digo esto solamente por haberme ‘beneficiado’ en cierto modo al aparecer en alguno de los programas de la serie. Lo digo porque lo he mirado, y tanto el concepto como el formato me parecen adecuados para lo que se pretende: que alguna vez se ponga atención a nuestra literatura, a nuestros escritores, a lo que se produce en el Ecuador y que es tan dejado de lado por ese modo de ser chauvinista al revés que impera en nuestro país.El programa es perfectible, como todo en la vida: quizás una revisión de la música. Tal vez un poquito más de animación o vitalidad en ciertos momentos. Sin embargo, en nuestro medio resulta una propuesta no solo válida, sino ambiciosa, pues pone el ojo sobre un tema tradicionalmente abandonado por la televisión comercial, tal vez porque no entra en sus exactos y perfectos criterios de lo que es la ‘libertad de expresión’.
Por otro lado, se puede afirmar que, más allá de la presentación al público, estos programas se pueden utilizar como un recurso didáctico bastante bueno dentro de las clases de literatura ecuatoriana. ¿Cómo olvidar la erudición de Jorge Enrique Adoum, la lucidez de Abdón Ubidia, el encanto de Ana María Iza, la calidad poética de Carlos Eduardo Jaramillo, si los tenemos ahí, a la mano, para reencontrarnos con sus enseñanzas y sus palabras?
Me resulta un poco difícil creer que, de repente, se pretenda prescindir de un producto de esta calidad en la televisión pública. No quisiera pensar que también en el canal público están primando los fríos y elementales conceptos del mercado y el rating para poder así competir con otros medios, pues dentro del reducido espacio que el libertinaje de expresión nos deja, conocer y vivir mejor nuestro arte y nuestra literatura no es un valor agregado: es una necesidad vital.